Desaparecer -en este instante-,
sin dejar vestigios, sin huellas,
sin ventanas abiertas, sin rumbo, sin rastro,
sin despedidas.
Escapar del mapa de los deseos,
de los sueños compartidos,
de la sincronía.
Burlar la memoria,
las pruebas,
extinguir miradas,
deshacer caricias,
tragar las palabras,
tensar la cuerda.
Inmolar la historia,
transmutarla,
enmudecer la sangre,
neutralizar la piel,
agotar la espera,
destrabar los pasos,
pergeñar el rito de la ausencia amotinada.
Amordazar la esencia,
la pureza,
la confianza, hasta asfixiarlas.
Ahogar la dicha,
desatar la pena,
maldecir el alma,
la ilusión, la carne.
Quemar los versos,
rasgar los lienzos,
matar las pájaros que trinan al amanecer.
Descuartizarlos, sin piedad.
No dejar testigos,
quebrar los pinceles,
derramar la tinta,
esparcir el oleo.
Encender la llama.
Soplar las cenizas hasta que hayan desaparecido.
Exhumar las lágrimas.
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