Atravesada en luceros
que despliegan bajo un manto encantado
su soberbia.
Eclipsada en cifrado mensaje evanescente
que auspicia vacío y desintegración voluntaria.
Gimiendo esperanza que se cuece a fuego lento
en la mazmorra del alma.
Exorcizada por la sonrisa que el espejo devuelve
con acordes sentidos e inexistentes
y la total certeza de un serpenteante sendero
que acaba donde indican mis pies.
Excelsa y diminuta simplemente
arremolinada
con todo
y una fotografía que respalda mi certeza:
un día tuviste alas y en ellas cobijé mi espíritu andariego.
Era posible y fue posible. Lo sé. Por tanto, lo sigue siendo.
Ahora, habría que ver si las plumas doradas
recuerdan el camino de regreso al Sol.
A que sí...
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