Apagóse el cielo,
no quiso el sol cortejarte.
Dolor se transmuta en sangre, luego en agua,
al fin en aire....
Destierro y vergüenza humana,
miseria regia mediante,
¡maldita la fe! ¡Ya es tarde!
Beso tus pies y tus manos,
te envuelvo en mis brazos,
emprendes tu viaje.
Miro hacia lo alto y no puedo encontrarte:
no eres tú quién yace, inerte, distante.
Hijo de mi alma, palabra vibrante,
cuán largos tus pasos, tus huellas,
¡Cobardes!
No hay verbo.
No hay flores que quieran honrarte.
Locas de dolor, vamos, delirantes,
sin decir ya nada, tensas las cuerdas
que ahogan las voces que quieren llamarte.
¡Silencio!
¡Silencio!
¡Silencio!
Ordeno que callen, por siempre, mortales.
¿Cuándo es que te has ido?
¿Cómo te marchaste?
No era esta la forma,
no era esta la llave,
mienten los que dicen
que sagrados libros lo anunciaban antes.
Tu nave ha llegado, esta vez, muy tarde,
Espera, ya subo, voy a acompañarte...
Hijo de mi alma: tu cuerpo, mi sangre.
Esencia infinita se gestó en mi carne,
no acato la orden, ¡quién osa mandarme!
Quién puede sentir hoguera tan grande,
Bebe mis cenizas, no temas, tu madre,
con arcilla cósmica,
volverá a gestarte.
No habrá despedidas, ya no habrá cobardes
que se interpongan y quieran dañarte...
Bienaventurado, hijo,
volverás a darles agua de la vida,
AMOR INFINITO sin muerte, sin pena,
sin sombras, ni hambre...
Jesús de mi alma,
Magdalena espera tu pasión de amante.
Y una hija vela el regreso del padre.
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