A saber:
Mis defectos son míos, si ve alguno perdido por ahí,
Me lo hace llegar, será recompensado.
Tengo buena memoria: no me olvido de nada,
sobre todo si se trata de la palabra empeñada
(tuya o mía, da igual, palabra empeñada al fin).
Creo en el valor de las promesas, y espero, siempre
pero no estoy dispuesta a ir para atrás ni a deshacer el tejido.
Busco respuestas, por eso hago todas las preguntas que se me ocurren.
Puedo inventarme todas las películas
-nadie ha dicho que hubiera límites-
pero si alguien hubo dicho que hay límites,
lo siento,
pienso desbaratarlos a todos.
Me gusta ser maestra, sólo porque no tengo excusas
para seguir aprendiendo:
que a nadie se le ocurra decirme que dejaré de serlo
el día que me jubile.
Dudo, mucho, demasiado, barril sin fondo de dudas,
pero acciono en la peor de las catástrofes dudescas.
Generalmente, acierto, sobre todo si sigo la corazonada y la intuición.
No hay lógica ni razón humana que me tuerzan, ni me saquen del camino,
más bien, todo lo contrario.
Patada en el culo a quién pretenda cambiarme por simple capricho.
(Sin embargo puedo amarte a primera vista si me descubres más defectos).
De mis virtudes, mejor no hables, las conozco, me gustan,
alimentan mi ego, me las creo, las abanico y las saco a pasear
haciéndome la humilde. Por tanto, por ahí, no vayas.
De mis sueños, poco, prefiero guardarlos,
cada vez que abro la boca para compartirlos,
me parte un rayo,
feo el olor a quemado, feas las huellas,
y grises las cenizas:
ésto de ser ave fénix también cuenta en la lista de defectos de fábrica.
¡Pucha qué fiero que es el olor a plumas quemadas!
Y eso sin contar que trae problemas de convivencia.