Cierro los ojos.
¿Me ves?
Estoy sentada en los escalones de mi casa.
Hacia un lado, un perrito.
Hacia el otro, un gato disidente.
Aroma de atardecer,
esa monocronía fantástica
del fin del día.
Respiro profundamente
con una taza de té en mis manos.
Es un día perfecto.
Creo que me gustaría habitar ese espacio
y ese instante, por siempre.
Cada vez más cerca.
Toma forma.
Se materializa en las emociones.
El horno encendido y ese aroma tan inequívoco
de amor, de abrigo, de hogar.
Cada vez que cierro los ojos,
estoy en mi rancho:
ahí está, en medio del monte,
un monte serrano intacto.
Y el caminito de regreso
con el cartel de bienvenida
bajo la campana.
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