Es un destierro doloroso el de la mentira
Es propicio, sin embargo, para la mudanza.
Para desarmar la casa,
para juntas las cajas,
para llenar las bolsas,
para encender el fuego y arrojar
las fotografías que sobran
y el libro
y el cuadro
y los dibujos
y los recuerdos, todos.
Para mirar ese espejo cristalino y cenagoso
por última vez.
Un marco sin fotografía
un estante sin objetos
una cama sin mantas
una pared desnuda
Y abrir la puerta,
y salir desnuda
gritando como un coro de dragones heridos
en la más cruenta de las batallas,
muriendo mientras tanto.
En medio de la tarde
la oscuridad del cielo
atrapada en la mirada.
Y el infierno, tan temido,
que era el habitado
que era el que se deja,
clama enloquecido
mi regreso.
No volveré más:
no es este mi lugar,
no cabe mi alma
en las paredes carbonizadas
de infinito.
Arden en las llamas del naufragio
las dudas, las preguntas sin respuesta,
la piel hecha jirones,
las palabras ahogadas,
el llanto que llenó la almohada,
la espera solitaria,
la distancia apestada de azufre.
Arden las horas vanas
los bocetos del paraíso
que había inventado.
Arden tus ojos,
llenos de barro,
de fosilizados hedores,
de esperpento
mal actuado en el escenario.
Arderá este día,
y los que siguen,
hasta que no queden cenizas,
ni evocaciones,
ni lava ardiendo
y ni siquiera un sólo vestigio de Pompeya.
Arderá mi voz,
mis latidos,
mis manos huérfanas,
el nido en ruinas,
el pecho abierto y estaqueado
en el páramo.
Arderá cada recuerdo,
cada ilusión,
cada anhelo,
cada canto de sirena
salido de tu boca.
Y arderán las petroglifos
de tu presencia,
que fue ausencia
antes de que siguieras
el camino
del rito macabro
y del sendero
que lleva a ningún sitio.
Ya no hay modo de que volvamos
a encontrarnos.
Has perdido todo
buscando la nada.