Amo la fugacidad del instante
y la eternidad de tu mirada.
Amo la bravura del mar
y la serenidad de la costa atardecida.
Amo el silencio inexistente
en medio del caos atronador
y le pido a la paz
que responda
a las súplicas
que tamborilean
dentro de mi corazón.
Amo los finales felices
y espero conocerlos
algún día.
Amo abrir las puertas a mis sentimientos
para que se batan a duelo con los pensamientos
que custodian el territorio de los miedos.
Amo el temblor que descarrila mi cuerpo
el llanto desatado que no puedo detener
la rabia atravesada en la garganta
y la impotencia que siento
bajo el disfraz.
Amo sentirme viva a través de ti
y descubrir que no tengo ganas de nada
en los veinte segundos siguientes
al primer año en que te he amado tanto
y un segundo después que te marcharas.
No amo la imagen que me devuelve el espejo.
Malditos sean Solón, Teognis, Mimnermo
Calino y Semónides de Amorgos,
Propercio, Tibulo y Ovidio:
no tenían por qué existir en mi poesía.
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