Útero pariendo la mónada.
Alumbramiento de la oscuridad y del infinito.
Tambores que son latidos.
El aliento de la selva
en las huellas de los fractales
saliendo por los ojos despiertos.
Donde todo se subvierte,
donde todo se derrama,
donde todo se completa
en el vacío del velo.
Esa certeza pluridimensional
que pujaba
en los labios,
en los poros
y en los versos.
El nudo es cielo.
El nido es vertiente.
La nada es vuelo de pájaros libres.
La piel en pliegues
alberga la tristeza que precede la dicha.
Un bostezo de Quirón
que eleva y suspende la herida.
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