Bajo la parra atravesada
por los rayos del sol de la siesta,
encandilada con las historias
que me cuenta mi abuela.
Bajo el hule de la cocina
están, como ayuda memoria
las que voy recordando
y escribo para que no se me olviden.
Bajo el almohadón de la silla
donde está sentada,
sin que lo sepa,
he puesto un ramito
de violetas silvestres:
cuando se mueve
siento que con el calor de su cuerpo
el perfume se esparce
con mayor intensidad.
En mi cara la picardía
y en sus ojos celestes
convertidos en espejos
el reflejo de una niña feliz
que se hace infinita
envuelta en las palabras.
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