como anagramas
allí, dibujadas,
dejando en la piel
huellas indelebles.
Un incendio invisible
crece en un espacio cerrado.
Ha esculpido mi cuerpo
el aliento de un dios
sin reino.
Demasiado absurdo el tedio
de una espera infructuosa.
Mortecina respiración
dibuja personajes tan desiguales
y tan cercanos:
subyugante encuentro
de ausencias
aletargadas
envueltas en la impiedad
más destronadora.
Guarecida en la luna de mayo
una voz de acetato impertinente
que me recuerda
carencias, insatisfacción y miedos
anidados en una matriz envenenada de hastío.