A veces son ungüentos con que cubres las heridas
mientras esperas que cicatricen.
O ramas secas, restos de algún árbol
que en su inexistencia vaticinan el nacimiento
del fuego que abriga o abrasa.
O tibieza de las manos que amasan el pan
del que un perfume de levadura da cuenta.
O esperanza trasmutada en ladrillos
que hilera tras hilera van dibujando la casa soñada.
O hilos que danzan entre las agujas que apasionadas
dibujan un modo de abrigo para el ser amado.
O la luz que se recuesta sobre la mesa luego de atravesar
la ventana, por donde el amanecer hacer su entrada triunfal.
O travesuras, complicidad, risas de niños que le roban a la siesta
su solemnidad.
O el azúcar que se inmola para transmutar en caramelo que baña
las manzanas en el pastel del domingo.
O la mano del amado entrelazada con la tuya,
camino del parque en esta tarde de primavera.
O la luna inmensa que anoche, coronaba
la oscuridad con anuencia de las estrellas.
O una fotografía donde los ojazos de un niño
estrenan su asombro.
O mi corazón de niña
que sabe defenderse de la maldición que petrifica.
O las doce campanadas de medianoche
marcando la frontera que separa lo vivido
de lo que vendrá.
mientras esperas que cicatricen.
O ramas secas, restos de algún árbol
que en su inexistencia vaticinan el nacimiento
del fuego que abriga o abrasa.
O tibieza de las manos que amasan el pan
del que un perfume de levadura da cuenta.
O esperanza trasmutada en ladrillos
que hilera tras hilera van dibujando la casa soñada.
O hilos que danzan entre las agujas que apasionadas
dibujan un modo de abrigo para el ser amado.
O la luz que se recuesta sobre la mesa luego de atravesar
la ventana, por donde el amanecer hacer su entrada triunfal.
O travesuras, complicidad, risas de niños que le roban a la siesta
su solemnidad.
O el azúcar que se inmola para transmutar en caramelo que baña
las manzanas en el pastel del domingo.
O la mano del amado entrelazada con la tuya,
camino del parque en esta tarde de primavera.
O la luna inmensa que anoche, coronaba
la oscuridad con anuencia de las estrellas.
O una fotografía donde los ojazos de un niño
estrenan su asombro.
O mi corazón de niña
que sabe defenderse de la maldición que petrifica.
O las doce campanadas de medianoche
marcando la frontera que separa lo vivido
de lo que vendrá.